Resulta espeluznante la observación del modo en que el “estado servil”, que describiese Hilaire Belloc, es capaz de engañar a sus satisfechos ciudadanos, pervirtiendo cualquier concepto verdadero.
Ahora que utilizo a diario el transporte público de una gran ciudad, observo como un alto porcentaje de los viajeros, de extracciones sociales que podríamos calificar entre medias y bajas, emplea el tiempo de desplazamiento hasta sus puestos de trabajo consagrándose a la lectura.
En principio el hecho podría calificarse de positivo, hasta que observando con más detenimiento, se descubre el tipo de libros que leen los desposeídos de la sociedad.
El principio a pervertir por la “clase dirigente” es el correcto: para mejorar la sociedad se deben mejorar los individuos que la componen, y la lectura es un hábito que puede ayudar en gran medida a conseguirlo.
Pero el verdadero objetivo es el contrario: cuanto más inculto y peor informado esté el ciudadano, más fácil será controlarlo y manipularlo.
El modo en que en este caso se logra la perversión del principio es, sencillamente, la imposición del lema “lea usted muchos libros” en vez de “lea usted buenos libros”.
Asociadas a esta maquiavélica maniobra, las editoriales se ocupan de llenar las estanterías de los comercios, decir librerías me parece excesivo, con miles de volúmenes de nula calidad literaria, ni en la forma, ni por supuesto en el fondo. Y si, de paso, van inoculando su “pensamiento único”, mejor aún.
Ya he hablado en otras ocasiones de mi estupor por las cantidades de dinero que las masas están dispuestas a malgastar adquiriendo libros de una calidad peor que mala, literaria y de edición, cuando serían necesarias varias vidas para leer la inmensidad de volúmenes escritos por los clásicos de nuestra civilización, en el sentido más amplio de la categoría, cuya lectura, aparte de ser luz para el espíritu y paz para el alma, nos depara a sus fieles lectores, placeres intelectuales y espirituales inimaginables para el lector de eso que dan en llamar “best-sellers”.
Estoy a punto de terminar “Le père Goriot”, el modo más envolvente y desbordante de entrar en “La Comedia Humana” de Honoré de Balzac. La cantidad, la calidad, la diversidad y el tipo de personajes que comenzamos a conocer en esta obra maestra del género novelesco, forman una densidad extraordinaria de vidas y destinos que, posteriormente, cada lector puede decidir seguir en el orden que le plazca, a través de la otra veintena de obras, sin poner en peligro la autonomía de cada novela.
En Balzac, los personajes van reapareciendo de novela en novela, exactamente como sucede en la vida real: Los seres humanos se desplazan por efecto de la movilidad social, y recorren los espacios del mundo en función del desencadenamiento de sus ambiciones, el ardor de sus deseos, su satisfacción o sus fracasos.
Con el objetivo de conocer al “hombre social”, bajo forma de novela, “La Comedia Humana” nos presenta una gigantesca red de relaciones, que es lo que constituye sin duda la característica fundamental de todas las sociedades, reales o ficticias.
Por otro lado, este último mes, mi mujer y yo hemos empleado algunas veladas, después de acostar a la prole, viendo los cuatro episodios de la versión para televisión de “Los Miserables” en la que Josée Dayan dirige a Gérard Depardieu, Christian Clavier y John Malkovich, que compré en DVD hace poco.
Resulta dificilísimo reducir a menos de ocho horas las más de mil ochocientas páginas de la obra maestra de Víctor Hugo, pero sin duda esta versión ofrece los elementos fundamentales de un modo admirable.
De momento me quedo con la que, a mi modesto entender, constituye la idea fundamental, la justicia humana, si quiere acercarse a ser digna de llamarse justicia, si quiera por asomo, debe unir al rigor, la misericordiosa y la compasión.
Por supuesto en “Les Misérables” hay muchísimo más, y cada personaje es un mundo completo. Posiblemente su lectura íntegra sea mi próximo objetivo, ¿tal vez de la colección Pléiade de Éditions Gallimard? (Hay que ir dando ideas para los regalos navideños).
2 commentaires:
Ánimo con "los Miserables". A mí el primer quinto o así de la obra (que trata de Msgr. "Bienvenu") me pareció insuperable, digno de leerse aunque sólo sea por eso. Aunque la apología de la Revolución que sigue (de lo más irracional, como suele ser) me empañó el resto. Eso si, ni comparación con la película, ¡ninguna!
Efectivamente, amigo mío, se trata de dos gigantes de la literatura, absolutamente distintos, Balzac y Víctor Hugo.
Ambos viven el mismo periodo de la historia de Francia y del mundo, y mientras Balzac es un “tradicionalista”, católico y monárquico, que escribe novela realista, Hugo es un romántico revolucionario.
Ambos, como corresponde a los grandes hombres, hacen evolucionar su propio pensamiento a lo largo de sus vidas, y al tratarse de escritores lo hacen públicamente y de un modo imperecedero para la historia: Balzac va afianzando su fe en la tradición, mientras a Víctor Hugo, la realidad le defrauda una y otra vez.
Fue Max Gallo el que dijo que: « Ceux qui refusent de vibrer au souvenir de Reims et ceux qui lisent sans émotion le récit de la fête de la Fédération ne comprendront jamais l’histoire de France ».
Yo, que no comparto por completo su opinión, si puedo afirmar que el periodo que va desde ese baño de sangre fraticida que llamamos la revolución francesa a nuestros días, ha marcado tan profundamente a los franceses, que resulta imposible tratar de obviarlo.
Leer a los grandes autores no significa siempre aceptar sus opiniones y puntos de vista, pero si observar la historia sus ojos de testigos cuerdos, sensatos y despiertos.
Je suis tombé par terre,
C'est la faute à Voltaire,
Le nez dans le ruisseau,
C'est la faute à... (Rousseau)
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