Y es que desde ayer
domingo, como tontamente hacemos cada cierto tiempo, nos estamos levantando de
la cama una hora más tarde. Pero que nadie se preocupe, el sol sale a la misma hora.
De hecho en esta
época del año y hasta el solsticio de invierno a finales de diciembre, el sol
sale cada día más tarde y se pone antes, haciendo las noches más largas y los
días más cortos.
Y eso no lo puede
cambiar ningún ministerio ni organismo nacional o internacional. Ninguno. Aunque
se lo crean. Y lo malo es que se lo creen.
Cuando un español
que vive en Santiago de Compostela llama por teléfono a sus padres que viven en
un pueblo de Soria, no es la misma hora, aunque se empeñe en decirlo la
televisión.
Sé que en este
aspecto, en parte, soy un privilegiado, ya que desde hace mucho tiempo he
podido negarme en redondo a las imposiciones horarias draconianas de la
modernidad. El que quiera el fruto de mi trabajo a cambio de mi salario debe
dejarme trabajar en paz, las horas que yo considere necesarias, ni más ni
menos, y en el día y el momento que a mí me venga en gana.
Me levanto temprano
para ver amanecer y sólo tengo prisa los domingos para llegar a misa.
No siempre ha sido
así, claro está. He tenido horarios mejores y peores. He sufrido la esclavitud
agobiante del reloj oficial de los gobiernos, y puede, aunque lo dudo, que
vuelva a sufrirla algún día.
Pero eso sí, ayer,
hoy y siempre, si suena el teléfono a la hora de la siesta y no se ha muerto
nadie, ni ha sucedido desgracia grave alguna o se me requiere para una
emergencia auténtica, el que ha llamado que se prepare.
He vivido al norte
de los Pirineos, dónde siguen llamando “tarde” al tiempo que viene tras el
mediodía que, para los españoles que no lo sepan, es cuando el sol se encuentra
en su punto más alto, a eso de las doce, hora solar. Porque almuerzan a
mediodía.
Que nadie se
ofenda. Digo lo de los españoles porque la mayoría considera “mediodía” su hora
de comer, alrededor de las tres de la tarde, y hasta que no han comido no dan
las “buenas tardes”.
Por eso me dan
cierta envidia por su claridad los términos “après-midi” o “afternoon” para
referirse a la tarde.
En el día en que
los periódicos recogen la noticia de la resolución del teorema de Gödel que
prueba el argumento ontológico de San Anselmo, es decir en el día en que con
ayuda de un ordenador portátil se ha demostrado racionalmente la existencia de
Dios, creo necesario abrir la Biblia por la primera página:
“Al principio creó
Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía, y las tinieblas
cubrían el haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la
superficie de las aguas. Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz, y vio Dios ser
buena la luz, y la separó de las tinieblas; y a la luz llamó día y a las
tinieblas noche, y hubo tarde y mañana, día primero…”
“…Dijo luego Dios:
“Haya en el firmamento de los cielos lumbreras para separar el día de la noche
y servir de señales a estaciones, días y años; y luzcan en el firmamento de los
cielos, para alumbrar la tierra”. Y así fue. Hizo Dios los dos grandes luminares,
el mayor para presidir el día, y el menor para presidir la noche, y las
estrellas; y los puso en el firmamento de los cielos para alumbrar la tierra, y
presidir al día y a la noche, y separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios ser
bueno, y hubo tarde y mañana, día cuarto…”
¿Qué necesidad
tenemos de inventar de nuevo lo que existe desde el principio de los tiempos?
Stat crux dum
volvitur orbis (La Cruz permanece estable mientras gira el mundo) es el lema
que San Bruno dio a sus cartujos. Un gran consejo. Dejemos pues que el mundo
gire y que los que son del mundo traten inútilmente de perseguir el tiempo con
sus cronómetros y sus horarios.
Ni siquiera Proust
pudo retener el tiempo más allá de un instante en su magdalena mojada en te. Y
eso que era invertido, el colmo de la evolución y el refinamiento para la
modernidad.
Y nosotros tengamos
siempre la Cruz de Cristo presidiendo firme e inamovible nuestras vidas,
mientras elevamos los ojos al firmamento que es obra de sus manos, para saber
que cuando sale el sol es de día y cuando se pone, de noche.
Gracias a Dios aún
queda quién sabe que el tiempo es la medida que sucede entre un instante y
otro, mientras ella se lava el pelo.