...En sus orígenes, ¿cómo contempló
el cristianismo su lugar en el cosmos de las religiones? Lo sorprendente es
que, sin vacilar, Agustín adjudica al cristianismo un puesto en el ámbito de la
«teología física», en el ámbito del racionalismo filosófico. Este hecho implica
una evidente continuidad de los primeros teólogos del cristianismo -los
apologetas del siglo II- respecto al lugar que Pablo adjudica a lo cristiano en el primer capítulo de la Carta a los Romanos, que a su vez se basa en la teología
de la sabiduría del Antiguo Testamento y, a través de ella, se remonta al
escarnio de los dioses de los Salmos.
Desde esta perspectiva, el
cristianismo tiene sus precursores y su preparación interior en el racionalismo
filosófico, no en las religiones. Según Agustín y la tradición bíblica, para él
decisiva, el cristianismo no se basa en las imágenes e ideas míticas, cuya
justificación se encuentra después de todo en su utilidad política, sino que hace
referencia a ese aspecto divino que puede percibir el análisis racional de la
realidad. En otras palabras: Agustín identifica el monoteísmo bíblico con las
ideas filosóficas sobre el fundamento del mundo que se han formado en sus
distintas variantes en la filosofía antigua.
A ello se hace referencia cuando,
desde el sermón del Areópago de Pablo, el cristianismo se presenta con el propósito
de ser la religio vera. Así pues, la
fe cristiana no se basa en la poesía ni en la política, esas dos grandes fuentes
de la religión; se basa en el conocimiento. Venera a ese Ser que es el
fundamento de todo lo que existe, el «Dios verdadero». En el cristianismo, el
racionalismo se ha hecho religión y no es ya su adversario.
Partiendo de esta premisa, como
el cristianismo se entendió como un triunfo de la desmitologización, como un
triunfo del conocimiento y, con ello, de la verdad, debía ser considerado como
universal y llevado a todos los pueblos; no como una religión específica que desplaza
a otras, no como una especie de imperialismo religioso, sino como verdad que
hace superflua la apariencia.
Y precisamente por eso, en la
amplia tolerancia de los politeísmos debe ser considerada como incompatible, incluso
como enemigo de la religión, como «ateísmo»: no se limitó a la relatividad y a
la posibilidad de intercambiar las imágenes, con lo que perturbaba sobre todo
la utilidad política de las religiones y ponía en peligro los fundamentos del
Estado, en cuyo ámbito pretendió ser no una religión entre otras religiones, sino
el triunfo del conocimiento sobre el mundo de las religiones.
Por otro lado, esta localización
de lo cristiano en el cosmos de la religión y la filosofía está relacionada
también con el poder de penetración del cristianismo. Ya antes de la aparición
de la misión cristiana en los círculos eruditos de la Antigüedad, se había
buscado en la figura del «hombre temeroso de Dios» la conexión con la fe judía,
que fue considerada como la forma religiosa del monoteísmo filosófico y
respondía al mismo tiempo a las exigencias de la razón y a la necesidad
religiosa del hombre que la filosofía no podía cubrir por sí sola: no se reza a
un dios que solo existe en el pensamiento.
Pero cuando el dios que el
pensamiento descubre se encuentra en el interior de una religión como dios que habla
y actúa, entonces se concilian pensamiento y fe...
Joseph Ratzinger
LA PRETENSIÓN DE LA VERDAD PUESTA EN DUDA (LA CRISIS DEL CRISTIANISMO EN LOS COMIENZOS DEL TERCER MILENIO), prólogo al libro ¿Existe Dios?
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