jeudi 10 octobre 2013

La aldea, primera forma de la vida pública (III)

Los cuerpos intermedios,
Michel Creuzet.
Cuerpos subsidiarios de la aldea.

Al hablar de la aldea, ya hemos abordado los problemas de la civilización rural. Les atañen también a las pequeñas ciudades, en los escalones inmediatamente superiores, ya que los intercambios con las aldeas son continuos. Son sus cuerpos subsidiarios inmediatos.

Los beneficios de la civilización rural se vuelven a encontrar también en las comunidades a escala humana, como las barriadas de las ciudades, por ejemplo.

"En las grandes ciudades, escribe Jean-François Gravier, los urbanistas modernos cuidan de organizar en torno de estos dos polos (el campanario y la escuela), lo que ellos llaman "unidades residenciales"; en lenguaje normal: barrios".

Se ve, pues, que el orden normal y natural de las cosas exige que entre las aldeas y las grandes ciudades gravite una infinidad de grupos humanos intermedios, proporcionando cada uno a las comunidades menos vastas que él mismo, su complemento necesario.

Las civitas romana prefiguró esta "trabazón de ciudades y predios", ya que comprendía, además de la aglomeración urbana, un sinfín de villas, con una población, cada una de ellas, de dos a tres centenares de habitantes.

El mal del urbanismo, denunciado por Pío XII, no atañe más que a las grandes ciudades, monstruos engendrados por la "civilización industrial", verdaderas Babilonias en las que desaparece el hombre absorbido por la uniformidad de la masa gregaria.

No se trata, empero, de hacer volver toda la civilización a la existencia aldeana.

Tan tentadoras como puedan serlo las nostalgias bucólicas, no corresponden apenas a la realidad del mundo actual.

No obstante, se pueden perfectamente aliar las ventajas humanas de la civilización rural con el esfuerzo civilizador de las ciudades por medio de sus escuelas secundarias o superiores, sus locales de cultura intelectual y de formación de élites, el prestigio de sus tradiciones, etc.

Pero, aun en esto, hay que distinguir entre las "ciudades" y la "ciudad", propiamente dicha. Algunas podrán tener universidades, academias, hospitales modernos, amplias bibliotecas. Otras, en cambio, no tendrán más que un colegio, y aun habrá otras que no lleguen más que a ser un centro administrativo, episcopal o militar.

Igual al variado número de posibilidades, así habrá un sinnúmero de pequeños focos en cuyo alrededor los hombres podrán civilizarse.

Esta es la vida social y su orden natural. Pero no es ésta la concepción que preside el monstruoso crecimiento de las "ciudades tentaculares".


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