Carlismo y Tradición Política Hispánica
por Miguel Ayuso
…Entre ambos momentos aparece Mella como “un punto luminoso, tradicionalista y carlista, es decir, político teórico y político histórico”.
El lamentable desencuentro con Don Jaime y la evolución apocalíptica, que denunció con vis polémica Luis Hernando de Larramendi, no llegan sin embargo a empañar la cabal trayectoria.
Esa teorización siempre más alejada de la vivencia fue creciendo con el discurrir del siglo XX, en algunos casos incluso con un signo ecléctico, fuera dinástico, político o teórico. El caso de Víctor Pradera es colacionable a este respecto.
Aunque la vuelta de nocedalinos y mellistas a la casa solariega en vísperas de la conspiración contra la República impía, aportando el concurso de una Comunión reunida a la guerra de liberación consiguiente, con su fulgor, entre tantas sombras, compensara momentáneamente las derivas en el fondo conformistas con la generosidad de la oblación de la vida.
Manuel Fal Conde, junto con el Rey Don Alfonso Carlos, muerto en los primeros compases bélicos, marcan el período.
El éxito bélico fue el único. Pues la Comunión conoció, al mismo tiempo, las incertidumbres dinásticas y las discrepancias políticas.
Las primeras, inevitables, con el agotamiento de la rama mayor, por más que la regencia de Don Javier de Borbón Parma sólo pudiera concluir, como concluyó, con su aceptación y asunción de la sucesión regia.
Don Javier era un príncipe inteligente, culto, bueno, piadoso y tradicionalista di ferro. Quizá el último gran príncipe de la Cristiandad, en el sentido del último que vivió el papel social de la realeza en un mundo que la desconocía, pero aún la respetaba.
Fue educado en el legitimismo más estricto por su padre, el Duque Roberto, último reinante de Parma, con el recuerdo constante del conde de Chambord, que lo había recibido en Frohsdorff cuando la unidad italiana lanzó al exilio al Duque niño, y de la tercera guerra carlista, en que había participado al lado de su cuñado el Rey Carlos VII.
Y el hijo no fue infiel a esa herencia. Pues estuvo presente en todos los teatros de operaciones de su tiempo: luchando contra la revolución en las sublevaciones miguelistas portuguesas de principios del XX, buscando la paz separada con Austria en el desenlace de la primera guerra europea, dirigiendo la conspiración contra la República española y luego –hasta su expulsión por Franco– las fuerzas tradicionalistas durante la guerra, sirviendo a su amigo Pío XII en delicadas misiones de orden temporal…
Si acaso era demasiado delicado de alma y dubitativo de cabeza. También tenía la conciencia de la dificultad de una sucesión a la Corona de España, que no por legítima en la ortodoxia tradicionalista, era bien difícil de explicar en España y fuera de ella.
La segunda guerra mundial y sus escrúpulos, amén de algunas operaciones atizadas desde el Pardo, le irían levantando resistencias en el interior de los leales, que pese a todo lo permanecieron en su gran mayoría.
La debilidad tendría trágica secuencia, en su senectud, por tanto con su responsabilidad limitada, en el comportamiento de su hijo Carlos Hugo, un verdadero aventurero que se halla entre los principales actores del desfondamiento del carlismo.
Don Javier, se le opuso en ocasiones, hizo lo contrario en otras, para que finalmente fuera su esposa, Doña Magdalena de Borbón-Busset, de una familia de blancs d´Espagne, mujer fuerte, la que desautorizara al primogénito y alzara al cadete, Don Sixto Enrique, digno sucesor de su padre.
El infortunio dinástico no pudo, pues, ser mayor. Máxime cuando el general Franco había instaurado (certus an incertus quando) una monarquía electiva, que a la larga recayó, y no sin luchas, aunque en el fondo se hubiera sabido siempre, en la familia de los enemigos usurpadores...
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