lundi 28 octobre 2013

Y se creen que pueden cambiar la hora

Y es que desde ayer domingo, como tontamente hacemos cada cierto tiempo, nos estamos levantando de la cama una hora más tarde. Pero que nadie se preocupe, el  sol sale a la misma hora.

De hecho en esta época del año y hasta el solsticio de invierno a finales de diciembre, el sol sale cada día más tarde y se pone antes, haciendo las noches más largas y los días más cortos.

Y eso no lo puede cambiar ningún ministerio ni organismo nacional o internacional. Ninguno. Aunque se lo crean. Y lo malo es que se lo creen.

Cuando un español que vive en Santiago de Compostela llama por teléfono a sus padres que viven en un pueblo de Soria, no es la misma hora, aunque se empeñe en decirlo la televisión.

Sé que en este aspecto, en parte, soy un privilegiado, ya que desde hace mucho tiempo he podido negarme en redondo a las imposiciones horarias draconianas de la modernidad. El que quiera el fruto de mi trabajo a cambio de mi salario debe dejarme trabajar en paz, las horas que yo considere necesarias, ni más ni menos, y en el día y el momento que a mí me venga en gana.

Me levanto temprano para ver amanecer y sólo tengo prisa los domingos para llegar a misa.

No siempre ha sido así, claro está. He tenido horarios mejores y peores. He sufrido la esclavitud agobiante del reloj oficial de los gobiernos, y puede, aunque lo dudo, que vuelva a sufrirla algún día.

Pero eso sí, ayer, hoy y siempre, si suena el teléfono a la hora de la siesta y no se ha muerto nadie, ni ha sucedido desgracia grave alguna o se me requiere para una emergencia auténtica, el que ha llamado que se prepare.

He vivido al norte de los Pirineos, dónde siguen llamando “tarde” al tiempo que viene tras el mediodía que, para los españoles que no lo sepan, es cuando el sol se encuentra en su punto más alto, a eso de las doce, hora solar. Porque almuerzan a mediodía.

Que nadie se ofenda. Digo lo de los españoles porque la mayoría considera “mediodía” su hora de comer, alrededor de las tres de la tarde, y hasta que no han comido no dan las “buenas tardes”.

Por eso me dan cierta envidia por su claridad los términos “après-midi” o “afternoon” para referirse a la tarde.

En el día en que los periódicos recogen la noticia de la resolución del teorema de Gödel que prueba el argumento ontológico de San Anselmo, es decir en el día en que con ayuda de un ordenador portátil se ha demostrado racionalmente la existencia de Dios, creo necesario abrir la Biblia por la primera página:

Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía, y las tinieblas cubrían el haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz, y vio Dios ser buena la luz, y la separó de las tinieblas; y a la luz llamó día y a las tinieblas noche, y hubo tarde y mañana, día primero…”

“…Dijo luego Dios: “Haya en el firmamento de los cielos lumbreras para separar el día de la noche y servir de señales a estaciones, días y años; y luzcan en el firmamento de los cielos, para alumbrar la tierra”. Y así fue. Hizo Dios los dos grandes luminares, el mayor para presidir el día, y el menor para presidir la noche, y las estrellas; y los puso en el firmamento de los cielos para alumbrar la tierra, y presidir al día y a la noche, y separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios ser bueno, y hubo tarde y mañana, día cuarto…”

¿Qué necesidad tenemos de inventar de nuevo lo que existe desde el principio de los tiempos?

Stat crux dum volvitur orbis (La Cruz permanece estable mientras gira el mundo) es el lema que San Bruno dio a sus cartujos. Un gran consejo. Dejemos pues que el mundo gire y que los que son del mundo traten inútilmente de perseguir el tiempo con sus cronómetros y sus horarios.

Ni siquiera Proust pudo retener el tiempo más allá de un instante en su magdalena mojada en te. Y eso que era invertido, el colmo de la evolución y el refinamiento para la modernidad.

Y nosotros tengamos siempre la Cruz de Cristo presidiendo firme e inamovible nuestras vidas, mientras elevamos los ojos al firmamento que es obra de sus manos, para saber que cuando sale el sol es de día y cuando se pone, de noche.

Gracias a Dios aún queda quién sabe que el tiempo es la medida que sucede entre un instante y otro, mientras ella se lava el pelo.






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