Cuando la semana pasada recibí el tremendo mazazo intelectual de leer en el BOE la definición de familia monomarental, quedé tan atontado que tuve que llamar a todos mis psiquiatras de cabecera para intentar recuperarme.
Y aquí estoy todavía, tumbado en el diván, rodeado de Kant y Hegel, que no dejan de discutir sobre si la experiencia perceptiva es la fuente del verdadero conocimiento o el hombre determina su realidad a partir de parámetros abstractos deducidos por la razón, y Platón que le dice a Aristóteles que al mundo sensible corresponde el criterio de la doxa, la opinión, en tanto que material, aparencial, finito, mutable, y por tanto engañoso, y a lo inteligible, el mundo de las ideas, corresponde la episteme, cuyo instrumento es la razón, basada en la noesis, en tanto que facultad de penetración intelectiva, mientras Aristóteles contesta que para él, noesis se refiere a aquella capacidad de la razón de intuir de forma inmediata el conocimiento, de los primeros principios del conocimiento, si, y solo si, es de la realidad inmediata.
Como están empezando a volverme loco, les he dicho a gritos que se callen, sobre todo a Kant, y le he pedido a Santo Tomás que arroje algo de luz en este guirigay:
Primero me ha preguntado cuál era la causa del problema, y al contestarle de nuevo con el primer versículo del Evangelio de San Juan, sea cual sea la traducción empleada, me ha contestado: “Siendo así que se afirma el Verbo en Dios, por cuanto Dios se conoce a Sí mismo concibiendo su Verbo, síguese que si negásemos el Verbo en Dios tendríamos entonces que negar que Dios se conoce a Sí mismo.”
Al ver la cara de haba que hemos puesto todos, Kant, Hegel, Aristóteles, Platón y yo, ha tratado de aclarar un poco el asunto: “Todo lo entendido en cuanto entendido es necesario que exista en el que entiende: pues el entender mismo significa la aprehensión de lo que se entiende por el entendimiento. Por lo cual, incluso nuestro entendimiento, al entenderse a sí mismo, existe en sí mismo no sólo por ser idéntico consigo por su esencia, sino también como aprehendido por sí entendiendo. Es necesario, pues, que Dios exista en Sí mismo como entendido en quien entiende: pero lo entendido en el que entiende es la palabra o “intención entendida”. Existe, pues, en Dios, que se entiende a Sí mismo, el Verbo de Dios como Dios entendido (...) Por esto, San Juan afirma, al principio de su Evangelio que el Verbo existía junto a Dios.”
Entonces van y se plantan allí un fraile portugués del siglo XVII llamado Juan de Santo Tomás, discutiendo con un cardenal que responde al nombre de Cayetano (a veces no alcanzo a entender cómo llega a caber tanta gente en mi piso de 90 metros cuadrados escasos). Trato de ofrecer a todos un refrigerio pero, sin prestarme la más mínima atención, ante la objeción de que el Verbo divino entiende pero no forma Verbo, responde el tal Juan de Santo Tomás al cardenal Cayetano, que por la identidad entre la esencia divina y las relaciones constitutivas de las Personas, al Verbo no le compete ser “Dios dicente”, precisamente porque es el “Dios dicho”, sin poner en modo alguno en duda la afirmación de la identidad entre el entender y el expresar o manifestar hablando, y así explica, precisamente, la teología de la procesión de la segunda Persona de la Trinidad.
Entonces va Aristóteles y dice que el ya había afirmado que Dios se entiende a Sí mismo en la célebre fórmula de la “noesis noeseos”, aunque no apuntase el desdoblamiento manifestativo realizado en la locución mental.
De nuevo interviene Santo Tomás: “en Dios que se entiende a Sí mismo el Verbo de Dios es el Dios entendido”, lo que, supuesto que no puede negarse el atributo divino del conocimiento intelectual, pone el acto de entender como idénticamente generador y “locutor” de la Palabra subsistente de que habla el principio del Evangelio de San Juan como “estando junto a Dios” y “siendo Dios mismo”.
Y entonces Santo Tomás me mira a los ojos y me pregunta si cuando llega el credo en la misa lo recito como un papagayo o pienso un poco en lo que estoy diciendo.
Me pongo colorado y trato de pensar una respuesta coherente: “El Padre es generante del Hijo y donante del Espíritu Santo. El Hijo es engendrado y el Espíritu Santo es dado mutuamente por el Padre y el Hijo que, porque se aman, se dan Uno a Otro. Así son totalmente sinónimos, como Verbo e Hijo, también Espíritu Santo y Don.”
Aunque no parece enfadarse, Santo Tomás le dice a Francisco Canals Vidal, el filósofo y teólogo español, casado y padre de once hijos, que murió en febrero de 2009 y que, al parecer, llevaba en la habitación desde el principio de la discusión, que me ha soplado la respuesta.
Así que para cerrar un poco el asunto, aunque en falso claro está, Santo Tomás afirma que “la cosa entendida se comporta como algo constituido y formado por la operación del entender” y Don Francisco Canals le explica a Kant que su perplejidad al redescubrir el carácter activamente formador del objeto entendido por parte del sujeto pensante, le llevó a generar el idealismo trascendental como si fuese la única posición coherente con este redescubrimiento del carácter activo del sujeto pensante humano, mientras afirma que sólo la sustitución de la errónea interpretación del cardenal Cayetano de la formación del verbo mental per accidens por la auténticamente tomista, que ve la esencia del entender en el formar locutivo del objeto pensado, pueden dar a Santo Tomás la oportunidad de inspirar un pensamiento realista, armonizable también con la teología, por lo que propugna una profunda reforma de la enseñanza del pensamiento filosófico en las escuelas católicas, para dar a la filosofía cristiana, a la vez, solidez filosófica y adecuación armónica con el contenido inteligible de los dogmas revelados.
Así que les digo a todos que vayan marchando a descansar, que yo tengo que hacer lo propio, que son las tres de la madrugada, mientras me pregunto ¿y a Leire Pajín qué le importa todo esto? Y yo mismo me respondo que lo mismo que a mí las encuestas sobre quién ganará las elecciones locales y autonómicas.
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