Independientemente del grado de confianza que me merezca la versión oficial del asesinato de Bin Laden, ya que para ser considerado ajusticiamiento debería haber mediado un juicio y no es el caso, lo más sorprendente son las reacciones verbales de los “notables del reino”.
En España, a excepción del dirigente del Partido Comunista, o como lo llamen ahora para disimular, Gaspar Llamazares, curiosamente aquel cuya foto se empleó para crear un retrato robot del propio Bin Laden, ironías de la vida, toda la panda de indocumentados que forman lo que conocemos como “la clase política” se deshacen en felicitaciones al “líder del mundo libre”, que tiene la tez tan oscura como el asesinado “Osama” y resulta que se llama “Obama”, Barak Hussein por más señas y natural de ¿Hawai?, por este “gran paso para la humanidad” (¡Ay no, que eso era lo de la luna!).
No tengo mucha confianza en que ningún periodista interrogue a Zapatero, o a Chacón, o a Rubalcaba, o incluso a Rajoy, sobre la difícil cuadratura del aplauso a una operación militar en territorio extranjero para asesinar a un terrorista, y la condena, pongo yo por caso, a los civiles y militares implicados en la famosa trama GAL de “terrorismo de estado” contra ETA. Y que quede claro que tan contrario a derecho es, a mi parecer, un caso como el otro.
Al menos el portavoz del Vaticano ha sabido mantenerse ajeno a la euforia estúpida generalizada y ha declarado que no debemos alegrarnos de la muerte de nadie.
Bueno, matizando un poco a Su Ilustrísima, de lo que no me alegro en ningún caso, de hecho me entristezco profundamente como estoy seguro que pasa en los Cielos, es de la condenación eterna de ningún fallecido, pero cuando alguien muere y me caben pocas dudas razonables sobre su Salvación, mi alegría no puede ser mayor.
Seguimos como ayer, en un terrible momento de la historia de la humanidad, dónde no se respeta ninguna ley, palabra, acuerdo, costumbre, tradición o convención. Un mundo incivilizado a fin de cuentas. Las fuerzas oscuras que detentan el poder deciden quienes son “los buenos” y quienes “los malos”, sin someterse a criterio ético ni moral alguno. Sin obedecer ley alguna, divina o humana.
Y las mismas acciones que son condenadas cuando las cometen “los malos”, son tenidas por la más alta demostración de virtud cuan son “los buenos” quienes las perpetran.
Llamemos a las cosas por su nombre: Osama Bin Laden era, al parecer, un musulmán criminal y asesino sangriento, que ha sido asesinado por orden de Barak Hussein Obama, presidente de la república de los Estados Unidos de América, sin concederle derecho a un juicio razonablemente justo, erigiéndose sin derecho en juez, parte, fiscal y verdugo, y al parecer también funerario.
Barbarie burdamente disfrazada de civilización. No cabía esperar otra cosa de una sociedad que permite descuartizar vivos a sus hijos en el vientre de sus madres.
2 commentaires:
Pues sí. De este asunto, desde su principio, probablemente nunca sabremos la verdad, y este último (?) episodio es cuando menos igual de oscuro que los anteriores. Pero lo realmente relevante es la acogida que se ha dado a este asesinato de Estado, ya ni siquiera mínimamente camuflado bajo apariencias de tiroteo guerrillero o justicia popular. Lo que se lleva haciendo tanto tiempo detrás del telón (en nombre de razón de estado) ahora no sólo se hace públicamente, sino que además es un reclamo para la opinión pública. Sea Bin Laden o no, hayan matado a alguien o no, queda en evidencia la degeneración moral de los que aplauden.
Hoy se me ha ocurrido pensar que esta razón de estado de "el fin justifica los medios", en realidad lleva practicándose desde siempre, y la única diferencia es que hoy nos damos cuenta y lo aceptamos como inevitable.
Pero no he tardado en acordarme de cuando Francisco I de Francia, aun teniendo una falta de escrúpulos políticos notable para la época, consideró algo natural dejar pasar a través de sus dominios con una mínima escolta a su enemigo político y personal de toda la vida, el emperador Carlos V, cuando éste cruzaba desde Flandes a España. Sin duda, la razón de estado dictaba una emboscada y después...
Si estamos así, es porque queremos.
Brillante aportación como siempre, amigo Firmus et Rusticus.
Sobre François I y Carlos I, sólo un apunte... ambos, con sus luces y sus sombras, fueron monarcas profundamente católicos.
Enregistrer un commentaire