Hoy quiero hablar de un tema muy concreto, de muchísima importancia, en el que es fácil actuar de un modo correcto y efectivo, la recepción de la Sagrada Comunión.
Dos cuestiones son fundamentales, la preparación espiritual y el modo de comulgar.
Ambas son igualmente importantes, ya que estamos hablando, no lo olvidemos, del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, una vez operada la verdadera transubstanciación durante la consagración, durante la Eucaristía, que no es un simple recuerdo, sino un “memorial” que se actualiza; no es una vuelta simbólica al pasado, sino presencia viva del Señor en medio de los suyos. De ello será siempre garante el Espíritu Santo, cuya efusión en la celebración eucarística hace que el pan y el vino se conviertan realmente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Por eso hay ciertas condiciones mínimas para acercarse a recibir la Sagrada Comunión.
Una es el ayuno eucarístico, que consiste en no ingerir sólidos ni líquidos, con la sola excepción del agua, aproximadamente una hora antes de comulgar. No parece muy complicada de cumplir, creo yo.
Otra, por supuesto, es estar en Gracia de Dios. Es decir, no haber cometido un pecado grave. Si se ha cometido un pecado grave, es preciso confesarse antes de comulgar. En toda otra situación o en caso de duda, es más que conveniente realizar un acto de contrición. Personalmente acostumbro y recomiendo a mis hijos el rezo de la siguiente oración cuando se dirigen a comulgar:
Señor mío Jesucristo,
Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío;
por ser Vos quien sois, Bondad infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón de haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia,
propongo firmemente nunca más pecar,
confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.
Amén.
La segunda cuestión es el modo de comulgar.
El sacerdote que oficia la Santa Misa, con sus manos consagradas y después de lavárselas, se ha ocupado de la Consagración, mientras todos los fieles permanecíamos preceptivamente arrodillados, y repetíamos en nuestro interior como Santo Tomás “Dominus meus et Deus meus” (Señor mío y Dios Mío).
Ahora debemos acercarnos a recibir la Sagrada Comunión con el máximo respeto, evitando tocar la Sagrada Forma con nuestras manos, que ni están consagradas ni necesariamente limpias, y si es posible arrodillándonos, o al menos haciendo una profunda reverencia, respondiendo amén a las palabras del sacerdote.
¿Qué necesidad tenemos de tocar el Cuerpo de Cristo con nuestras manos impuras, exponiéndonos a dejarlo caer, ahora que además no se acostumbra a que nadie sostenga una bandeja de oro para evitarlo?
¿Por qué no expresar nuestro máximo respeto por el Sagrado Sacramento, y de paso manifestar nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en la Comunión, comulgando en la boca y de rodillas?
Y finalmente, ¿tanta prisa tenemos por abandonar la iglesia, que es necesario que den de comulgar fieles laicos? ¿No podemos esperar pacientemente, y en oración, a que sea el sacerdote u otro sacerdote auxiliar quien nos dé de comulgar?
Comulguemos con la máxima corrección, respeto y veneración posibles, y sin duda nuestro ejemplo dará sus frutos, para mayor gloria de Nuestro Señor Jesucristo.
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