jeudi 10 mars 2011

¿Versos sueltos?

Repasando literatura medieval y renacentista con mi hijo para sus exámenes, me vino a la cabeza la expresión “verso suelto” y me hizo gracia pensar que es el epíteto empleado para referirse a los políticos que, aparentemente, “disienten” o no comparten por completo la opinión oficial de su partido político en una u otra cuestión. Este detalle me da pié para una reflexión.

Desde un punto de vista empírico, basado en la experiencia y los hechos probados, la única característica diferenciadora respecto a otros sistemas de gobierno de lo que actualmente se conoce como “democracia”, consiste en la posibilidad ofrecida a los ciudadanos mayores de 18 de años y no privados del derecho al voto por sentencia judicial, de escoger, cada cuatro años en el caso español, entre dos o a lo sumo tres listas de candidatos a detentar el poder (legislativo, ejecutivo, judicial… el poder absoluto vaya), ya que las otras listas disponibles no tienen, en virtud de pérfidas leyes electorales, posibilidad alguna de obtener representación en el proceso.

Dichas listas han sido previamente elaboradas por asociaciones privadas denominadas partidos políticos, sin que el ciudadano pueda intervenir en su confección ni tenga posibilidad alguna de modificarlas.

Por otro lado, una vez emitido su voto y finalizado el proceso electoral, el votante no tiene derecho alguno amparado por la ley para exigir a los candidatos escogidos el cumplimiento de sus programas o promesas electorales, ni tan siquiera la defensa de sus legítimos intereses.

De hecho, tampoco los supuestos representantes electos de la ciudadanía tienen derecho a actuar según el dictado de su opinión o conciencia individual, al deberle fidelidad absoluta al partido político que decidió incluirles en las listas, gracias al cual disfrutan de las prebendas de su condición.

Lo expuesto hasta aquí sería suficiente para negar las bondades del sistema y las falacias libertarias al respecto. Pero no es todo.

Los partidos políticos están, como hemos visto, en el origen de los procesos de reparto del poder del sistema. Para ello disponen de poderosos aparatos institucionales que exigen una sólida financiación, que desde luego no puede provenir de las cuotas de sus afiliados de base. Una gran parte de sus ingresos los obtienen del propio estado, es decir de los impuestos que pagan los ciudadanos, en función del resultado electoral obtenido. Maquiavelo estaría impresionado.

Otra gran parte de su financiación proviene de “inversores” privados. Nadie es tan ingenuo como para pensar que estas aportaciones voluntarias no se basan en la esperanza de contrapartidas directas. De hecho un mismo inversor acostumbra a “colaborar” con las dos o tres formaciones con posibilidades de éxito. Son reglas básicas de mercado. “"No es personal Sonny, sólo negocios" como dice Michael Corleone (Al Pacino) en “El Padrino”, una trilogía llena de sabiduría sobre este mundo que hay que volver a ver de vez en cuando.

Ya va quedando claro en manos de quién está el poder en las “democracias”, y no parece que sea “el pueblo”.

Los representantes así escogidos, sometidos a la disciplina de esas asociaciones privadas controladas por intereses económicos, forman el poder legislativo, que a su vez elige al ejecutivo y controla al judicial. Ni división de poderes ni gaitas, absolutismo puro y duro. Así de simple.

Una vez comprado el poder, se convierte en una mercancía más, sometida a las “leyes del mercado”. “Si Don Corleone tiene los jueces y los políticos de Nueva York, los debe ceder y que otros los aprovechen, debe dejarnos sacar agua del pozo, cierto que puede presentar factura por el servicio, después de todo no somos comunistas.”

Al fin y al cabo la revolución francesa consistió en que los estados dejasen de estar regido por reyes y nobles, obligados por leyes seculares que no estaban autorizados a cambiar a su antojo, y sometidos al magisterio y control ético y moral de la Santa Madre Iglesia, para pasar a estar en manos de los ricos, de los banqueros, de los especuladores… sin moral ni control alguno de ningún tipo.

En el sistema monárquico tradicional de las Españas, la representatividad se aseguraba a través de las instituciones sociales naturales del hombre como su familia, su gremio o corporación profesional correspondiente, su municipio…

Quedan sólo un par de falacias más que no resisten el más mínimo análisis racional.

“Un hombre, un voto”, es un principio positivamente falso ya que el voto tiene diferente valor en función del territorio de residencia del votante.

“Igualdad ante la ley” también es un principio falso, ya que las leyes elaboradas por el legislativo son los suficientemente ambiguas para que su aplicación se base en la interpretación, permitiendo a aquel que disponga de suficiente poder económico, el único poder real en nuestros días, no sólo contratar los servicios jurídicos de defensa más profesionales y preparados, los más caros, si no también la negociación directa con el estado a espaldas de la ley. No creo necesario citar ejemplos.

No necesito matones, necesito más abogados” le dice Michael a Vince en El Padrino III. “Un abogado con su maleta puede robar más que cien hombres armados” le dice Vito Corleone a su hijo Sonny en la primera película de la trilogía.

Y finalmente, por no extenderme, el mantra favorito de los “demócratas de toda la vida”, el respeto a todas a las opiniones, el pluralismo.

Que cualquiera pueda decir públicamente, sin fundamento ninguno, la primera estupidez que se le ocurra, es algo intrascendente (¿a quién le importa?). Pero cuando un supuesto “representante del pueblo” emite una opinión contraria a la posición impuesta por el aparato de su partido el sistema se desquicia. “¡Tránsfugas!”, “¡disidentes!”, y ala, a redactar leyes que lo impidan.

Por supuesto, no seamos ingenuos, el origen de estos “versos sueltos”, tránsfugas o disidentes, no está en la conciencia personal. Se trata del intento de otro poderoso, otro rico, afectado por una decisión de los partidos políticos en su contra, que trata de emplear las mismas reglas de juego, comprando a un político en particular, que sale más barato que comprar al partido. La diferencia es que la compra se hace después de las elecciones, y eso cambia las reglas de juego y resulta “inaceptable” para el sistema establecido.

El cuerpo me pide seguir argumentando sobre el respeto a todas las opiniones, el relativismo, la tolerancia, pero es tarde. Como decían Tip y Coll, no todo va a ser citar “El Padrino”, “la semana que viene hablaremos del gobierno”.

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