Lectura de la profecía de Joel 2,12-18:
«Ahora, oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas.» Quizá se arrepienta y nos deje todavía su bendición, la ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios. Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: «Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las naciones: ¿Dónde está su Dios? El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo.»
Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,1-6.16-18:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara.»
Iniciamos la Cuaresma
Para vivir con hondura este tiempo especialmente santo, a partir del Evangelio de San Marcos, propongo a los lectores unas consideraciones sencillas, que espero les sean provechosas. En el relato de la Pasión de este evangelista llama la atención el silencio de Jesús a partir del prendimiento. Ante las acusaciones de los falsos testigos, «... callaba sin dar respuesta». Ante el sumo sacerdote, que le pregunta si es el Mesías, responde lacónicamente «Sí, lo soy»; y ante la pregunta de Pilatos «¿Eres tú el rey de los judíos?», contesta con un escueto «Tú lo has dicho». A partir de ese momento, guarda un silencio absoluto, que sólo interrumpe cuando momentos antes de expirar «clama con una gran voz»: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». De las siete palabras de Jesús en la cruz, que nos transmiten los otros evangelistas, San Marcos sólo nos refiere este grito desgarrador.
Estamos ante el silencio de Jesús, más expresivo que mil palabras. Y Jesús seguirá en silencio cuando el pueblo pida la liberación de Barrabás, en la flagelación, en la coronación espinas y en la crucifixión. Jesús sigue en silencio cuando le insultan los sumos sacerdotes, los ladrones crucificados con Él y quienes pasan junto al Calvario... Entonces se cumple la palabra de Isaías: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca».
Silencio impresionante de Jesús, más elocuente que los más altisonantes discursos... En el silencio de Jesús intuimos su condición divina, porque sólo una humanidad asumida y transformada por la divinidad puede sufrir en silencio y por amor a los hombres una muerte tan injusta, ignominiosa y cruel, reservada en el derecho penal romano a los peores criminales. Qué contraste entre las actitudes de Jesús en su pasión y nuestras quejas indisimuladas ante la enfermedad o el sufrimiento, ante aquello que no resulta a la medida de nuestros deseos o ante lo que creemos que no nos merecemos. Qué contraste entre el silencio de Jesús y nuestras explicaciones prolijas para justificar nuestros errores, claudicaciones y cobardías. Qué contraste entre el silencio de Jesús y nuestro mundo desbordado e inundado de palabras, de reclamos publicitarios, de discursos vacíos llenos de promesas, palabras que se convierten en ruido que deshumaniza.
«Sólo el silencio libera», ha escrito un poeta del siglo XX. Ortega y Gasset, por su parte, aseguraba que «si se quiere de verdad hacer algo en serio, lo primero que hay que hacer es callarse». Este pensamiento nos ayuda a comprender el silencio de Jesús en su pasión y muerte, el momento más «serio» de su vida y el acontecimiento más «serio» de la historia de la humanidad. En él realiza la obra de nuestra redención desde el lenguaje del silencio, que es el lenguaje del amor y la generosidad de todo un Dios que entrega libremente su vida como rescate por todos.
En este Miércoles de Ceniza, pórtico de la Cuaresma, invito a los lectores a buscar el desierto y el silencio interior. Sólo desde el silencio es posible la conversión y la vuelta a Dios, el encuentro con lo mejor de nosotros mismos, con la verdad del hombre y con el rumor de Dios, sólo perceptible en el silencio. El silencio interior es especialmente necesario en estos días. Vivir la Cuaresma hoy no es fácil. Por lo menos no lo es como hace sólo unas décadas en las que el ambiente era esencialmente religioso. Hoy son muchos los señuelos y ruidos con que trata de seducirnos la sociedad consumista y secularizada en que vivimos. Por ello, vivir hoy con seriedad y provecho este tiempo santo tiene un mérito mayor.
Juan José Asenjo Pelegrina. Arzobispo de Sevilla
La Parole de Dieu
« Quand tu pries, retire-toi au fond de ta maison, ferme la porte, et prie ton Père qui est présent dans le secret. »
Évangile de Jésus-Christ selon saint Matthieu, chapitre 6, verset 6.
La méditation
C'est bientôt le printemps, et il faudrait m'enfermer ? Le soleil donne enfin, et j'irais me cacher ? S'enterrer chez soi, quand tout nous invite à sortir, voilà une drôle de façon de commencer le carême. Moi qui voulais enfin fuir ce qui s'empile et s'encrasse au fond de la maison, sous le lit, sur mon bureau : Les livres que je n'ai pas lus, les chaussettes non triées, la vaisselle pas rangée. Un amas de choses qui ne sont pas bien en ordre, qui attendront plus tard et qu'on aimerait tant oublier.
Au fond de mon coeur aussi, il y a bien des choses empilées : des querelles qui couvent, des pardons en attente, des blessures mal refermées. On n'aime pas toujours se retirer dans ces coins-là de nos vies, on préfère ignorer ces lieux terrés en nous, cachés derrière des portes fermées à double tour.
Pourtant c'est là, précisément, que le Seigneur me demande d'aller aujourd'hui : dans les recoins cachés de ma vie. « Retire-toi au fond de ta maison ». Ne reste pas là, sur le seuil, franchis une à une les portes, les plus faciles à ouvrir d'abord. Retrouve ces lieux où il fait bon séjourner : ces pièces familières, accueillantes. Celles qu'apprécient tes amis, ta famille, où brillent tes qualités. Puis continue, et atteins d'autres chambres, plus intimes : les sentiments que tu ne partages qu'à peu de monde, les secrets, les faiblesses. Et au fond, tout au fond, parviens jusqu'à cette porte fermée.
L'ouvrir te semble peut-être imprudent. Tout ce qui, derrière, est si mal rangé ne risque-t-il pas de me tomber dessus, de me blesser, de me salir ? Sache pourtant que la plus belle des rencontres t'attend derrière la porte. Car le Christ s'y tient caché. Il a déserté le jardin ensoleillé, le séjour accueillant, l'appartement témoin. Il te devance là, dans la pièce retirée.
Ouvrirai-je ? Mais de quoi ai-je peur ? Lorsque les disciples, par crainte, s'enfermèrent dans une chambre hermétiquement close, après la résurrection, le Seigneur n'a pas hésité à venir, au milieu d'eux. Leur vie était pleine d'ombre et de doutes, et c'est dans cette pièce obscure que le Christ est venu porter la lumière de sa résurrection : « Confiance, c'est moi ! ». Si ça a marché pour eux, pourquoi pas pour moi ? Dieu ne viendrait-il pas dans ce qu'il y a de plus renfermé en moi ? Irai-je courir ailleurs que là où il m'attend ?
D'ailleurs, c'est bien là, précisément, qu'il me sera utile. Le ménage, je l'ai déjà fait vingt fois dans le salon. Devant la maison, la pelouse est impeccable. J'ai sauvé les apparences, en façade, rien à redire. Mais ce temps de carême n'a rien à voir avec un ravalement de façade, ou de la décoration intérieure. Il nous invite plutôt à aérer jusqu'à cette dernière pièce de la maison, laisser s'y engouffrer le souffle vif des premiers beaux jours.
Ici, ce n'est plus moi qui accueille, c'est Lui qui m'accueille. Cette pièce cachée au fond de moi, Il la connaît bien mieux que moi. C'est elle qui l'intéresse, car c'est là où il y a le plus à faire. Ranger, réparer, trier : un vrai nettoyage de printemps.
Il est grand temps de venir rejoindre le Christ dans la pièce du fond, pour lui prêter main-forte. Pas de doute, avec lui, ça va déménager. C'est lui qui fera le boulot. Il suffira juste de l'en prier et de le suivre.
Qui sait ? Avec lui, peut-être oserai-je m'attaquer à cette suite de nouds compliqués qui paralysent certaines relations ? Avec son aide, peut-être arriverai-je à mettre le doigt sur l'une ou l'autre blessure, pour lui demander de les guérir ? Avec sa force, peut-être même que je retaperai deux ou trois meubles, des vieilleries enfouies en moi, des vieux talents oubliés, cachés dans un linge. Avec sa douceur, je retrouverai du neuf enfoui sous la poussière, pour le faire briller dehors, au grand jour de ma vie.
Se retirer tout au fond, juste un moment. Pour se cacher un temps, à la fraîcheur de l'ombre et parler sans crainte à Celui qu'au salon, ou au jardin, je n'aurais que croisé.
Cette pièce sera notre secret pendant tout ce carême. Cette porte, nous seuls, lui et moi, en avons la clef. Personne ne saura ce qui se tramera en cachette, jour après jour au fond de ma maison. Tout juste un peu de bruit en sourdine : des meubles qu'on déplace, des affaires qu'on retape, un chantier enfoui en moi. Quelque chose comme une résurrection, qui monte du plus profond de mon être, pour faire de mes tombeaux le plus beau des jardins de Pâques.
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