“Cuando yo uso una palabra - insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso - quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.
- La cuestión - insistió Alicia - es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
- La cuestión - zanjó Humpty Dumpty - es saber quién es el que manda..., eso es todo.”
Lewis Carroll, “Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas”
Y así parece ser en nuestro mundo, las palabras significan lo que decida el que manda.
En el mundo que nos ha tocado vivir, padecer diría yo, el relativismo es el principal presupuesto de los estados llamados “democráticos”. La realidad es concebida hoy, por un mundo que ha dado la espalda a Dios, como carente de racionalidad intrínseca, producto del azar a partir de un caos inicial. Se niega la existencia de la verdad como realidad accesible y vinculante para todos los hombres, todas las opiniones son consideradas verdaderas, aunque sean contrapuestas, y por tanto se considera el consenso como la única fuente válida de derecho.
Por eso Benedicto XVI señaló hace tiempo al relativismo como el desafío más grande para la cultura actual, como el “problema central para la fe en nuestra época”, el “nuevo rostro de la intolerancia”, y habló incluso del peligro, hoy en día patente realidad, de una “dictadura del relativismo” (*).
“…la convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o es válido siempre por sí mismo? Pienso que en este punto se manifiesta la profunda concordancia entre aquello que es griego en el mejor sentido y aquello que es fe en Dios sobre el fundamento de la Biblia. Modificando el primer verso del Libro del Génesis, Juan comenzó el «Prólogo» de su Evangelio con las palabras: «Al principio era el logos». Dios actúa con «logos». «Logos» significa tanto razón como palabra, una razón que es creadora y capaz de comunicarse, pero, como razón. Con esto, Juan nos ha entregado la palabra conclusiva sobre el concepto bíblico de Dios, la palabra en la que todas las vías frecuentemente fatigosas y tortuosas de la fe bíblica alcanzan su meta, encontrando su síntesis. En principio era el «logos», y el «logos» es Dios, nos dice el evangelista. El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no era una simple casualidad. La visión de San Pablo, ante quien se habían cerrado los caminos de Asia y que, en sueños, vio un macedonio y escuchó su súplica: « ¡Ven a Macedonia y ayúdanos! » (Cf. Hechos 16, 6-10), puede ser interpretada como una «condensación» de la necesidad intrínseca de un acercamiento entre la fe bíblica y la filosofía griega...” Benedicto XVI, fragmento del discurso pronunciado en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006 con el título “Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones“.
Un católico que haya leído a San Agustín y Santo Tomás sabe que la verdad existe, está en la esencia de todo lo que existe, precisamente porque todo ha sido creado por la propia razón, “el Logos”, la razón divina creadora.
Tal vez por todo esto siento una atracción irresistible por los diccionarios, que ocupan casi una estantería completa de mi biblioteca.
Tolerar (del latín tolerāre): Sufrir, llevar con paciencia. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.
La tolerancia, en el sentido tomista del término, no se basa en dispensar a todas las posturas un misma consideración, ni a colocar a la verdad en condiciones de igualdad con la mentira o la falsedad.
Se tolera lo que no se aprueba, lo que se rechaza, habiéndolo identificado previamente como falso, como contrario a la verdad. Y se tolera porque, como nos dice San Agustín, "Credere non potest horno nisi volens", es decir que el hombre sólo puede creer si lo quiere libremente y nadie puede ser obligado a creer.
El hecho de ser persona comporta una dignidad fundamental, que no desaparece en los que yerran. Esta dignidad básica se deriva, volviendo a Santo Tomás, de que todo hombre ha sido creado a imagen de Dios. El fundamento de la tolerancia es por tanto la dignidad común a toda persona humana, y no una inexistente igualdad entre las diferentes religiones u opciones de cualquier otra índole.
Como decía, si no existe rechazo, sencillamente no hay tolerancia. Puede existir simple indiferencia, pero esta actitud no expresa correctamente en qué consiste la tolerancia. El rechazo es una condición que viene a justificar la ocasión para la tolerancia.
Cuando se acusa a los católicos de intolerantes, queda patente una profunda ignorancia del significado del término. Ilustro este último apunte con un párrafo de la ponencia leída por Jürgen Habermas el 19 de enero de 2004 en la “tarde de discusión”, el histórico diálogo entre el filósofo y sociólogo alemán, el representante más sobresaliente de la segunda generación de filósofos de la Escuela de Frankfurt, y el cardenal Joseph Ratzinger, organizada por la Academia Católica de Baviera en Munich: “…la comprensión de la tolerancia por parte de las sociedades pluralistas articuladas por una constitución liberal, no solamente exige de los creyentes que en el trato con los no creyentes y con los que creen de otra manera se hagan a la evidencia de que razonablemente habrán de contar con la persistencia indefinida de un disenso: sino que por el otro lado, en el marco de una cultura política liberal también se exige de los no creyentes que se hagan asimismo a esa evidencia en el trato con los creyentes… así pues, en el espacio público-político las cosmovisiones naturalistas que se deben a una elaboración especulativa de informaciones científicas y que son relevantes para la autocomprensión ética de los ciudadanos, de ninguna manera gozan prima facie de ningún privilegio frente a las concepciones de tipo cosmovisional o religioso que están en competencia con ellas…”
Transigir (del latín transigĕre): Consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia.
Y acabar con las diferencias no acostumbra a justificar la transigencia con la injusticia, la sinrazón o la falsedad. Por eso cuando me llaman intolerante sé que mis acusadores no merecen más que mi indeferencia, y cuando soy tildado de intransigente, me lleno de orgullo.
PS: Fanático (del latín fanatĭcus): Que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas. (Pues si, ¿por qué no?)
(*)“Glaube, Wahrheit, Toleranz. Das Christentum und die Weltreligionen”, J.Ratzinger. Verlag Herder, Freiburg im Breisgau 2003.
Nota: La transcripción de la famosa “tarde de discusión”, que fue publicada en “Zur debatte. Temen der Katolischen Akademie in Bayern”, con el título “Vorpolitische moralische Grundlagen eines freiheitlichen Staates“, puede encontrarse publicado en castellano con el título “Dialéctica de la secularización”, en edición de bolsillo de la editorial Encuentro.
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