dimanche 27 mars 2011

Manifestantes, comerciantes de armas y lo que de verdad importa

Pensaba comentar algo sobre manifestaciones “pro-vida”, “partidos pro y anti-abortistas” y demás falacias, pero creo que Orisson lo ha dejado todo, de nuevo, bastante claro:

Respecto a la guerra en Libia, el artículo del sábado de Juan Manuel de Prada lo deja también meridianamente claro:


Así que sólo me resta comentar que el evangelio de la misa de este tercer domingo de Cuaresma es uno de los pasajes más interesantes desde un punto de vista exegético, el diálogo de Jesucristo con la samaritana.

En primer lugar por su relación clara con el episodio de Masá y Meribá narrado en el fragmento del Éxodo de la primera lectura. Luego por la hermosa imagen que la samaritana representa de todos los samaritanos, el paralelismo de sus seis maridos con el culto que los samaritanos hacían a Yahvé conjuntamente con otras cinco deidades paganas, según lo relata el segundo Libro de los Reyes:

Uno de los sacerdotes deportados de Samaría fue entonces a establecerse en Betel, y les enseñaba cómo se debía venerar al Dios de Israel. Pero la gente de cada nación se hizo su propio dios y los instalaron en los templos de los lugares altos que habían construido los samaritanos. Cada una de las naciones obró así en la ciudad donde residía: la gente de Babilonia hizo un Sucot Benot; los de Cut, un Nergal; los de Jamat, un Asimá; los avitas, un Nibjáz y un Tartac. En cuanto a los sefarvaítas, continuaron quemando a sus hijos en honor de Adramélec y de Anamélec, dioses de Sefarvaim. Pero también veneraban al Señor, y establecieron sacerdotes, elegidos entre su propia gente, para que oficiaran en los templos de los lugares altos. Así, aunque veneraban al Señor, servían al mismo tiempo a sus propios dioses, según el rito de las naciones de donde habían sido deportados. Hasta el día de hoy, ellos practican los ritos antiguos: no temen al Señor ni practican los preceptos, los ritos, la Ley y los mandamientos que dictó el Señor a los hijos de Jacob, a quien dio el nombre de Israel.”

La samaritana debía cargar con su pesado cántaro cada día para llevar a su casa aquel agua estancada en el desierto desde hacía cientos de años, agua sucia que tenía que racionar durante la jornada, un día tras otro. Esta es la diferencia entre el único Dios verdadero, que habita en el interior de los que creen en Él, y los llena con sus dones eternos gratuitamente, frente a los ídolos de este mundo, que desde el exterior del hombre, le obligan con pesadas cargas y tributos, ofreciendole a cambio unicamente podredumbre que no puede saciar jamás al ser humano.

La reacción de la samaritana es la de todo aquel que descubre a Jesucristo, soltar el cántaro de su esclavitud y correr a anunciar la noticia a todo el mundo.

Muchas otras enseñanzas se encierran en este fragmento del Evangelio según San Juan, en el que Jesucristo nos enseña como debemos adorar a Dios, “en espíritu y en verdad”.

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN

Cuando Jesús se enteró de que los fariseos habían oído decir que él tenía más discípulos y bautizaba más que Juan –en realidad él no bautizaba, sino sus discípulos– dejó la Judea y volvió a Galilea. Para eso tenía que atravesar Samaría. Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber». Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?». Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna». «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla». Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar». Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo». Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo». En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?». La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?». Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro». Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen». Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?». Jesús les respondió: «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: «Uno siembra y otro cosecha». Y o los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos». Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice». Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo».”

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